Me prometí no visitar más Poblet cuando, hace unos 30 años, un guía, acompañado de unas quince personas recorríamos sus salas.
Todos eran catalanoparlantes y castellanoparlantes, menos yo. Hubiera sido un detalle enseñarlo en castellano. Lo curioso fue que tuve que oír las explicaciones en catalán (que algo se entiende), con las anotaciones en voz susurrante que el guía me hacía al oído, esta vez en castellano. Como pienso que las religiones unen y no separan, jamás he vuelto ni volveré.
Poblet llegó a tener una cierta influencia y peso político, destacándose los abates Joan Payo y Francesc Oliver, los cuales fueron presidentes de la Generalitat en los siglos XV i XVI.
El esplendor del monasterio se apagó momentáneamente en el siglo XIX (1835), cuando la Desamortización de Mendizabal obligó a los monjes a abandonar Poblet, vendiéndose sus tierras en pública subasta y sufriendo una grave expoliación.
Entonces comenzó una fase de degradación que destruyó de una forma significativa los edificios del Monasterio, llegando a un nivel de destrucción tan grande que el monasterio era casi un conjunto de ruinas.
Esta situación comenzó a cambiar el año 1921, cuando Poblet es declarado Monumento Nacional; en 1930 se crea un Patronato que velará por la restauración y conservación del Monasterio, y principalmente en el año 1940 cuando Poblet vuelve a tener comunidad monástica.
Desde aquella fecha, las continuas etapas de reconstrucción de los diferentes edificios han permitido que el Monasterio de Poblet tenga la majestuosidad y a la vez la sencillez que hoy conocemos, llegando a ser reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Por tanto su reconstrucción es obra del Estado republicano, del franquista y de órganos internacionales. Podría decirse aquello de un poeta cubano: "monasterio sin vida, monasterio sin alma, cambiaron tus piedras, pero se olvidaron el alma".
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