(En el concilio de Troyes, solicitaron a Bernardo que redactase su regla, que fue sometida a debate y con algunas modificaciones fue aprobada. La regla del Temple fue pues una regla cisterciense, pues contiene grandes analogías con la misma; no podía ser de otra forma ya que el abad era su inspirador. Era típica de las sociedades medievales, con estructuras jerarquizadas, poderes totalitarios, regula la elección de los que mandan y estructura las asambleas para asistirlos y, en su caso, controlarlos.
Después de esta primera redacción, hubo una segunda debida a Esteban de Chartres, Patriarca de Jerusalén, denominada «regla latina» y cuyo texto se ha mantenido hasta nuestros días.)
PRÓLOGO A LA ANTIGUA REGLA DEL TEMPLE REDACTADA POR SAN BERNARDO
Primero se drige a todos aqellos que luchan por interese particulares, para que abandones la llamada “masa de perdición” y se unan a la defensa de la Santa Iglesia. Debemos defender a los pobres y la Iglesia , en lugar de crear violencia, botines y muertes. Comienza en el año de 1128 en la Fiesta de San Hilario, en la localidad de Troyes. Leída por el maestre Hugues y examinada por el padre Honorio y el Patriarca de Jerusalem Etienne. También estaban pesentes otros padres venerables. La redacción inicial fue por San Bernardo de Claraval, que al parecer fue muy aplaudido. Se hace referencia a la Sagradas Escrituras , especialmente a Juan cuando dice: ““Yo soy el principio de todas las cosas, el mismo que os habla” (Jn. 8, 25)” En el estilo propio de San Bernardo afirma que “la dulzura del creador sobrepasa a la de la miel y que todo lo demás es ajenjo muy amargo”.
Capítulo I
De qué forma deben escuchar el oficio divino
Debéis hacerlo con corazón puro y devoto, según las normas de la institución canónica. Después de ello no tendréis miedo alguno en la aproximación al combate.
Capítulo II
Si no pueden asistir al oficio, deben recitar varias veces la oración dominical
Deberá decir por maitines trece veces la oración dominical( Padrenuestro), y siete veces por cada hora (se refiere a cada hora de la liturgia de las horas), pero nueve veces en vísperas.
Capítulo III
Lo que hay que hacer por los hermanos difuntos
El Capellán deberá decir misa y los hermanos rezarán cien veces al día la oración dominical durante un plazo de siete días desde que tengan conocimiento de la muerte. Y durante cuarenta días se dará el sustento del hermano fallecido a algún pobre.
Capítulo IV
Los capellanes deben contentarse del alimento y de la vestimenta
Los capellanes deben contentarse con el alimento y la vestimenta propios de su rango sin otros privilegios y distingos añadidos, salvo que se les dé como un favor especial y nunca como una obligación.
Capítulo V
De los caballeros difuntos de esos que sólo están durante un tiempo
Se debe dar la subsistencia de siete días por el alma del difunto a algún pobre.
Capítulo VI
Que ningún hermano de la casa dé limosna
En cambio debe permanecer día y noche centrado en los deberes de su profesión.
Capítulo VII
De no permanecer mucho tiempo de pie
No debéis permanecer de pie más que lo que manda las normas habituales de la misa, evitando esa excesiva incomidadad que resulta llamativa y hasta escandalosa.
Capítulo VIII
De la refección conventual
Debe procurarse comer en un lugar habitual, en el refectorio, hacerlo en silencio, pedir las cosas por señas y, si tenemos que levantarnos, hacerlo con la mayor discreción y lentitud.
Capítulo IX
De la lectura
Que se haga una santa lectura durante la comida y la cena. El lector advertirá que hace falta guardar silencio durante las mismas.
Capítulo X
De comer carne
Se debe comer carne tres veces a las semana. Abusar de la carne es dañino. Si el martes no se come carne, al día siguiente debe servirse en abundancia. El domingo se debe dar a los caballeros y capellanes dos platos para conmemorar la resurreción. A los sirvientes un solo plato. Todos deben conformarse y dar gracias a Dios.
Capítulo XI
De qué manera los caballeros deben comer
Los caballeros deben comer de dos en dos. Ambos deben disponer de idéntica cantidad de vino.
Capítulo XII
Los otros días, dos o tres platos de verduras deben ser suficiente
Los otros días, dos o tres platos de verduras o guisos deben ser suficiente, para que así puedan elegir.
Capítulo XIII
Qué comida debemos tomar el sexto festivo
Hemos convenido que para el sexto día festivo, después de la festividad de Todos los Santos hasta Pascua, una sola comida de cuaresma es suficiente para toda la congregación por respeto a la Pasión.
Capítulo XIV
De dar gracias después de las comidas
Ordenamos estrictamente que después de la comida o de la cena se dé gracias como se debe, con un corazón humilde, al soberano creador de todos los bienes, Nuestro Señor Jesucristo, se en la iglesia, si hay una cerca, y si no, en el mismo lugar. Se debe distribuir, e incluso lo mandamos hacer, con una caridad fraternal, los trozos sobrantes a los servidores y a los pobres, conservando en todo caso los panes enteros.
Capítulo XV
De dar siempre el décimo pan al limosnero
Os ordenamos dar a todos los días a vuestro limosnero la décima parte de todos los panes.
Capítulo XVI
La colación debe ser a voluntad del maestre
La colación (última comida del día) debe hacerse antes de las Completas de la Liturgia de las Horas. Se podrá beber agua o vino, con moderación, según la voluntad del Maestre.
Capítulo XVII
Finalizadas las completas, se guarde silencio
Debe hablarse lo mínimo antes de acostarse, con excepción de las situaciones en que eso sea necesario por las actividades de la Casa. En todo caso se hará en voz baja y queda. Si alguien ha hablado más de lo prudente debe recitar, para sí, la oración dominical.
Capítulo XVIII
Aquellos que estén cansados no deben ir a maitines
Recen las trece oraciones ordenadas sin levantarse, pero este apartado debe depender del Maestre.
Capítulo XIX
Sobre guardar la igualdad entre hermanos al comer
Que se distribuya a todos según las necesidades de cada uno. Ninguno debe llevar una fuerte abstinencia pues la vida debe ser en común.
Capítulo XX
De la calidad y forma de las vestimentas
Ordenamos que las vestimentas sean siempre de un color, por ejemplo, blancas o negras, y de un grueso tejido; y otorgamos a todos los caballeros profesos tener hábitos blancos en verano como en invierno, si ello se puede, a fin de que aquellos que han despreciado una vida tenebrosa reconozcan por su vestimenta blanca que una vida luminosa les ha reconciliado con su Creador. Pero para que esta clase de vestimenta no tenga nada de arrogante y de superfluo, ordenamos que todos la tengan de manera que cada uno pueda vestirse y desvestirse, calzarse y descalzarse ellos solos. Cuando tengan nuevos hábitos, que devuelvan los viejos en el acto.
Capítulo XXI
Los sirvientes no deben tener hábitos, es decir, manto blanco. Que ellos lleven entonces hábitos negros, y si no se puede encontrar de ese color, que se sirvan de los que encuentren en la provincia donde se alojan, y de lo que ha más barato de cada color, y de algún tejido basto.
Capítulo XXII
Los caballeros de la Casa deben llevar siempre hábitos blancos
Capítulo XXIII
Se autoriza usar pieles de cordero en invierno, pero no otros tipos de pieles.
Capítulo XXIV
Las vestimentas viejas deben ser repartidas entre los sirvientes y los pobres, poniendo en ello gran cuidado.
Capítulo XXV
El que quiera tener lo mejor tendrá lo peor. Lo hacemos así para evitar actitudes de soberbia.
Capítulo XXVI
Los hábitos tendrán similar calidad y proporcionados al tamaño y talla de cada uno.
Capítulo XXVII
El proveedor de las telas observará sobre todo la igualdad y la similitud, para evitar murmuraciones.
Capítulo XXVIII
Los cabellos, la barba y el bigote se arreglarán de modo similar al clero regular, evitando siempre que su aspecto sea llamativo o ridículo.
Capítulo XXIX
Deben evitarse adornos como colmillos y puntas de carnero. Todas estas disposiciones también son válidas para los que permanecen en la Casa durante un tiempo.
Capítulo XXX
Del número de caballos y de sirvientes de armas
El número máximo de caballos que cada caballero puede tener es de tres, salvo permiso del maestre.
Capítulo XXXI
Nadie debe pegar a ningún sirviente de armas
Capítulo XXXII
De qué modo hay que recibir a los caballeros que sirven durante algún tiempo
Mandamos a todos los caballeros, que desean servir por un tiempo a Dios que compren caballo, y armas suficientes para el servicio cotidiano, y todo lo que fuere necesario. Se conservará entonces el precio por escrito, por miedo a que se nos olvide; . Que si el caballero por cualquier accidente pierde sus caballos en el servicio, el maestre, según las facultades de la Casa e lo permita, le proveerá otros. Pero cuando llegue el tiempo de dejar la Casa voluntariamente, que el caballero por amor de Dios ceda la mitad del precio. La otra parte será aportada por el resto de los hermanos si el caballero lo acepta.
Capítulo XXXIII
Que ninguno se ponga en marcha por voluntad propia sino por inmediata obediencia.
Capítulo XXXIV
No está permitido ir por la ciudad sin el permiso del maestre, salvo por la noche al cementerio y a otros lugares de culto.
Capítulo XXXV
No está permitido ponerse en camino, sea de noche, sea de día, sin un guardia, es decir, sin un caballero o un hermano.
Capítulo XXXVI
Que ninguno se procure lo que le es necesario
No se debe pedir en caso de necesidad sino al maestre o procurador.
Capítulo XXXVII
De los bocados y espuelas
No queremos que aparezca de ninguna manera ni oro ni plata en los vestidos y monturas.
Capítulo XXXVIII
Que las lanzas y los escudos no tengan forro
Que no se usen forros para los escudos, ni para las picas y las lanzas, porque sabemos que esto conlleva más incomodidad que ventaja.
Capítulo XXXIX
Sobre la licencia del maestre
Es el maestre quien tiene que dar a cada uno caballos, o armas, u otras cosas.
Capítulo XL
Del bolso y del baúl
No está permitido tener bolso ni baúl con llave, sino que todo debe estar expuesto por temor de que se tenga algo sin la licencia del maestre.
Capítulo XLI
Sobre el oficio de cartas
No se permite a ninguno de los hermanos recibir ni darse uno a otro cartas de sus parientes ni de ningún hombre sin permiso del maestre o del procurador.
Capítulo XLII
Del relato de sus propias faltas
Prohibimos por tanto a todo hermano residente en la Casa hacer mención de las locuras que hubiera hecho en el mundo ni de los placeres de la carne con mujeres abandonadas.
Capítulo XLIII
De la limosna y de la aceptación
El que da la limosna no tiene porqué ser el que la entrega y ello no debe producir enojo alguno. Las excepciones a esta regla, como a las demás, las establecerá el Maestre que tiene la libertad del bolso y del baúl.
Capítulo XLIV
De los morrales de los caballos
Ningún hermano debe intentar hacer morrales de lino o de lana, que son de estilo principesco. Muy al contrario, deberán ser de cuerda.
Capítulo XLV
Que nadie tenga el atrevimiento de canjear o de mendigar
Se prohíben los intercambios entre los hermanos, sin el permiso del Maestre, salvo objetos de escaso valor. Igualmente queda prohibido mendigar.
Capítulo XLVI
Que nadie cace un pájaro con otro y que no vaya con aquel que lo caza.
Capítulo XLII.
Que ninguno hiera con arco o ballesta.
Debemos actuar sin risa, con humildad, que no usemos muchas palabras sino que hablemos razonablemente y sin levantar la voz; nadie debe tirar en los bosques con el arco ni con la ballesta, tampoco acompañar al que lo haga, ni dedicarse a amaestrar perros o atacar con su caballo a animales salvajes.
Capítulo XLVIII
Sobre disparar siempre al león
“Vuestro enemigo el diablo, como león, da vueltas y busca a quien devorar” (I Ped. 5, 8), “que está en contra de todos y que todos están en su contra” (Gén. 16, 12).
Capítulo XLIX
De someteros al juicio dado sobre lo que se os reclame
Os ordenamos escuchar el juicio de los jueces fieles y amantes de la verdad, y os ordenamos hacer mansamente lo que sea justo.
Capítulo L
De observar esta Regla en todas las cosas
Os ordenamos con mucha honra observar esta misma Regla para todas las cosas que os hayan quitado injustamente.
Capítulo LI
Que está permitido a todos los caballeros tener tierras y sirvientes
Podéis, a causa de vuestro mérito señalado y del don particular de vuestra probidad, tener y poseer tierras, sirvientes y labradores, y llevarlos con justicia, y están obligados a daros lo que es debido por acuerdo.
Capítulo LII
Que seamos atentos en cuidar a los enfermos
Es necesario sobre todas las cosas tener cuidado muy grande con los hermanos enfermos, como si sirviéramos a Jesucristo.
Capítulo LIII
Es necesario dar siempre a los enfermos todo aquello que precisen
Que les provean fielmente y sin demora de todo lo que es necesario para su subsistencia en diversas enfermedades, según los medios de la Casa.
Capítulo LIV
Que no se provoque a otro con la ira
Hay que extremar la guardia para que nadie sea lo bastante atrevido para provocar a alguien con la ira.
Capítulo LV
De cómo se tengan, o reciban los hermanos casados
Deben llevar una vida honesta y no portarán hábito blanco. Si el marido muere antes dejará su parte a los hermanos, y la mujer subsistirá de la otra. No deben residir en la misma casa que los que han hecho voto de castidad.
Capítulo LVI
Los caballeros no tendrán hermanas asociadas
Varios se han alejado del verdadero camino del Paraíso por la compañía de mujeres.
Capítulo LVII
Que los hermanos del Templo no tengan ninguna comunicación con los excomulgados
Que ninguno de los caballeros de Jesucristo se atreva a comunicarse, de ninguna manera, sea en particular o en público, con un hombre excomulgado, ni que reciba nada de él.
Capítulo LVIII
De qué manera los guerreros seculares deben ser recibidos
No se les debe admitir inmediatamente sino hacer que conozcan bien las normas, además de someterlos al criterio y deliberación del maestre y de los hermanos. Deberán superar diversas pruebas.
Capítulo LIX
No todos los hermanos serán llamados al consejo privado
Mandamos que no se llame a todos los hermanos al consejo sino a los más apropiados para cada tarea. En asuntos importantes deberá reunirse a toda la comunidad, y oírla, antes de que el maestre tome una decisión.
Capítulo LX
De rezar en silencio
Debe hacerse sin ruido, de manera que no se turbe a los otros.
Capítulo LXI
Que crean a los sirvientes
Es provechoso creer a los que quieren servir en la Casa , no sea que se desvían por caminos equívocos.
Capítulo LXII
Que los niños, mientras sean pequeños, no sean recibidos entre los hermanos del Templo
Aquel que tenga por designio meter a su hijo o a su pariente en la religión de los caballeros y hacer de ello grandes instancias, que lo críe hasta la edad que tenga la fuerza y el valor para llevar las armas, a fin de extirpar de Tierra Santa a los enemigos de Jesucristo.
Capítulo LXIII
De honrar siempre a los ancianos
Hay que considerar y honrar a los ancianos por un sentimiento de piedad; sin embargo y a pesar de todo, deberán respetar la autoridad de la Regla.
Capítulo LXIV
De los hermanos que van a distintas provincias
Los hermanos que son enviados a distintas providencias deben procurar guardar la Regla tanto como sus fuerzas se lo permitan, tanto en el comer como en el beber como en las otras cosas, y llevar una vida irreprochable, para que a todos los extranjeros que los vieren les den buen testimonio de su vida. Cuando los caballeros sepan donde se juntan aquellos que no están excomulgados, les recomendaremos ir, no considerando tanto la temporal utilidad como la salvación de su alma. Aprobaremos a los hermanos que se encuentren en los países de ultramar para recibir a quienes les hagan instancias para estar asociados a la Orden , con la condición de que el marido y la mujer vayan juntos en presencia del obispo de la provincia que oirá la solicitud del postulante. Y oída la solicitud, el hermano mandará al marido al maestre y a los hermanos que están en el Templo que está en Jerusalén; y si es de vida honrada y digna de tal compañía, que se le haga la gracia de recibirle, si el maestre y los hermanos lo encuentran bien. Si, en esto, llega a morir por el trabajo y de cansancio, será partícipe de todas las ventajas de los Pobres Caballeros, como un hermano mismo.
Capítulo LXV
Que los víveres sean distribuidos por igual entre todos
Creemos también que se debe y que es razonable distribuir por igual entre todos los hermanos de la Casa los víveres según lo permita el lugar; pues no es bueno hacer distinción de las personas, pero es necesario tener consideración con las dolencias.
Capítulo LXVI
Los caballeros del Templo pueden tener diezmos
Si el obispo de la Iglesia , a quien justamente se le deben las décimas, os las quiera dar caritativamente, se os deben de dar con consentimiento del Cabildo, de aquellas décimas o diezmos que entonces posee dicha Iglesia.
Capítulo LXVII
Sobre faltas leves y graves culpas
Si un hermano, sea hablando, sea combatiendo o de otro modo, ha cometido alguna falta leve, que descubra él mismo su ofensa al maestre para darle satisfacción; que reciba una penitencia leve para faltas leves, si no son acostumbradas. Pero si la esconde y si es conocida por otro, que sufra una reprimenda más grande y pública. Si el delito es grande, que sea aislado de la compañía de los hermanos y que no coma con ellos en la misma mesa, sino que tome su comida solo. Que el maestre juzgue y mande como le plazca, con el fin de que el culpable permanezca salvo en el día del Juicio.
Capítulo LXVIII
Por qué pena un hermano no debe ser recibido
Es necesario, ante todo, procurar que un hermano, potente o no, fuerte o débil, y que queriéndose exaltar y poco a poco ensoberbecerse, y defender su culpa, no quede impune. Si quiere enmendarse, que se le haga una severa corrección; si no quiere corregirse después de saludables avisos y después de que se haya rezado por él, sino que al contrario se vuelve cada vez más soberbio, entonces que sea separado del rebaño. Por lo demás, el maestre debe tener el báculo y la vara en la mano: el báculo, para soportar las dolencias de los débiles, y la vara, para castigar el vicio de los delincuentes por celo de justicia. Como dice San Máximo, una dulzura demasiado grande o una severidad demasiado grande impida al pecador recuperarse de su error.
Capítulo LVIX
Sólo estará permitido tener una sola camisa de tela desde la fiesta de Pascua hasta Todos los Santos
Teniendo en cuenta que era necesario tener alguna consideración con los grandes colores orientales, daremos, no de derecho, sino por gracia, una sola camisa de lino a cada uno desde la fiesta de Pascua hasta Todos los Santos, y que cada uno la use si quiere; y en otro tiempo, tendremos generalmente sólo camisas de lana.
Capítulo LXX
Sobre el lecho y la ropa de cama
En lo que se refiere a dormir, cada uno se acueste aparte en una cama, a no ser de gran necesidad. Cada uno tendrá cama o lecho según el maestre lo ordene con moderación. Pero creemos que un saco, un colchón y una manta bastan. Aquel a quien le falte una de estas cosas, que tenga una alfombra, y en todo tiempo se podrá tener sábanas de tela. Se dormirá con la camisa y los calzones, y que haya siempre luz mientras duerman los hermanos.
Capítulo LXXI
Sobre la murmuración
Os mandamos evitar, según la exhortación divina, la envidia, los celos, la murmuración, las confidencias y las maledicencias, como una especie de peste. Cuando uno sepa manifiestamente que un hermano ha pecado, se le corrija en privado suave y fraternalmente, según el mandamiento del Señor; y si no os escucha, haga venir a otro hermano; y si desprecia a uno y a otro, que sea reprendido públicamente en el convento ante todos.
Capítulo LXXII
De no besar a ninguna mujer
Estimamos que es peligroso para toda religión prestar demasiada atención al rostro de las mujeres; por esto ningún hermano debe tomarse la libertad de besar viuda, ni virgen, ni hermana, ni amiga, ni ninguna otra mujer. Es necesario que los caballeros de Jesucristo eviten los besos de las mujeres, por los cuales los hombres suelen correr grandes riesgos.
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