La parte más cruenta dicha batalla se desarrolló entre los llamados Palacio de San Luis y el de Ibarra. El de San Luis quedó en estado ruinoso y ya n existe. Queda el inmenso árbol, testigo inocular de los hechos. Es la foto de más arriba.
Del Palacio de Ibarra (el lugar más conflictivo) tampoco queda lo de antes, sino una edificación que es a siguiente foto:
Por lo visto es lugar poco agradable de visitar, con cancerveros, perros sueltos y diversas alimañas de heterogénea condición. ¿Será el karma de los antiguos hechos?
El (lo que no queda) Palacio de San Luis se ve en la carretera de Torija a Brihuega, cerca del cruce de Fuentes de la Alcarria. Se identifica muy bien por un inmenso árbol que, al final, es un Cedro del Líbano.
Para ir al de Ibarra hay que pasar la gasolinera y tomar la 2008. Después el quinto camino a la izquierda. Hay una granja.
Como anécdota está lo escrito por Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria:
El
viajero echa un trago fuera de tiempo, por consolarse, y se va a
sentar al pie de un árbol, a las tapias del palacio de Ibarra, que
está al borde de la carretera. El palacio de Ibarra es un caserón
semiderruido, con un jardín abandonado, lleno de encanto; parece un
bailarín rendido, cortesano y enfermo, respirando el aire saludable
de los campesinos. El jardín está ahogado por la maleza. Una cabra
atada a una cuerda dormita, rumiando, tumbada al sol, y un asnillo
retoza coceando al aire como un loco. Entre la maraña se yergue un
pino japonés, alto y esbelto, lleno de empaque, de gracia y de
señorío; un pino que semeja un viejo y derrotado hidalgo, ayer aún
arrogante y hoy deudor de todos los criados.
Viaje
a la Alcarria, 1948
El
camino que va de Torija al desvío de Fuentes ya fue contado en su
lugar. El viajero, a poco de dejar a un lado el camino de Fuentes, se
da con el palacio de Don Luis, el mismo que hace años tomó por el
palacio de Ibarra. Aquel caserón semiderruido, con un jardín
abandonado y lleno de encanto, no es el palacio de Ibarra, que queda
más adelante y algo apartado de esta carretera, sino el de Don Luis,
y el pino japonés, alto y esbelto, lleno de empaque, de gracia y de
señorío, tampoco es un pino sino que se transformó, sin duda por
artes mágicas, en un cedro corpulento aunque quizá también algo
derrotado.
Nuevo
Viaje a la Alcarria, 1984
En fin, quédense junto al cedro del Lìbano, seguramente sembrado por manos amaban la paz y la botánica. Recen allí lo que sepan, si es que acaso lo recuerdan.
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