En la VI Cruzada intervino el emperador Federico II Hohenstaufen. El emperador había prometido varias veces salir en cruzada (el papa le había ordenado que fuera a las Cruzadas como penitencia). Acosado por el papa Gregorio IX, en 1227 reunió por fin un ejército en Brindisi pero se presentó la peste en el campamento, y murió un gran número de caballeros. Finalmente Federico II se hizo a la mar, pero entonces cayó él mismo enfermo y se volvió atrás. Gregorio IX, ya de antes gravemente irritado por la conducta del emperador, lo excomulgó. Entonces, con poca gente, Federico se dirigió realmente a Palestina y obtuvo del sultán un tratado que no era del todo desfavorable: los cristianos obtenían Jerusalén, Belén, Nazaret y una faja de tierra que unía los Santos Lugares con el puerto de Acre. Federico II se coronó rey de Jerusalén en la basílica del Santo Sepulcro. El estado de cosas creado por él no duró mucho tiempo; en 1244 Jerusalén fue definitivamente arrebatado a los cristianos, y a éstos no les quedó más que Jaffa, Acre y, en el Norte, Antioquía.
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