CARGA DE LA CABALLERÍA PESADA TEMPLARIA

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miércoles, 20 de marzo de 2013

LA MÚSICA EN EL REAL MONASTERIO DEL ESCORIAL

En el año 1567, apenas 4 años después de comenzada la construcción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, ya fundó e instituyó Felipe II un Colegio y Seminario para niños en el monasterio de Párraces (Segovia) para trasladarlo al Escorial en cuanto se concluyesen las obras.
Estos niños del seminario eran instruidos en gramática y latinidad así como en música (canto llano principalmente) y estaban encargados de cantar todos los días la Misa del Alba, que se oficiaba por la salud del monarca reinante, en la Basílica; así como la Salve tras el rezo de vísperas de la comunidad de monjes del Monasterio. También tenían la obligación de ayudar como acólitos en las misas que se oficiaban en la Basílica. Y en señaladas fiestas intervenían en los villancicos y danzas que tenían lugar: Navidad, San Lorenzo, San Jerónimo, Corpus… así como en los recibimientos a los Reyes.
Esta labor e institución se mantuvo a través de los siglos hasta la desamortización de Mendizábal, momento en que la comunidad monacal hubo de abandonar el Monasterio y con ello cesó toda actividad. 
Empezando por la referencia más antigua, fijémonos en una pintura que nos muestra a Orfeo descendiendo al infra-mundo a rescatar de la muerte a su esposa Eundice. Lleva en la mano una lira con la que adormecerá al terrible can Cerbero, guardián de tres cabezas que custodia la tenebrosa puerta de una sola dirección. Llega hasta donde se halla el espíritu de su amada. Conmovidos, los reyes de los infiernos Hades y Perséfone, permiten que regresen al mundo, pero ella desobedece los mandatos de la sibila Proserpina y vuelve la cabeza para mirar atrás. Por eso es castigada, y devuelta a las profundidades.
Esta referencia al mito clásico nos permite conocer cómo concebían los paisajes infernales, algo distintos a los que fueron adoptados por el cristianismo, basados en antiguos mitos y creencias de los pueblos de Oriente Medio.
Para el mundo clásico, la puerta a la morada de los espíritus estaba en la orilla opuesta a la de la vida de la laguna Estigia. Los hombres sólo podían cruzarla tras morir subiendo a la barca de Caronte -a quien tenían que pagar con un moneda, por eso se les ponía una en la tumba-. Ya sabemos que no regresaba casi nadie. Luego, según los méritos de cada uno, man al cielo olímpico, los Campos Elíseos, lugar de plenitud y felicidad -un tanto orgiástica- junto a los dioses, o al Tártaro, un reino de dolor y desesperación, un pozo boscoso, oscuro y enmarañado, donde sufrirían torturas por las faltas cometidas. En este infierno no hay ninguna referencia específica a un posible fuego eterno.
Esta zona está dedicada a la Música, una de las disciplinas del Quadrivium medieval, porque la lira de Orfeo tiene poder sobre los guardianes del más allá. Cerca, presidiendo el centro de la sala, vemos otro personaje poderoso, el rey Salomón, que propone enigmas numéricos a la reina de Saba.

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