Una de las historias más curiosas es la de la hipotética papisa Juana.
La legendaria Juana de Ingelheim, que habría nacido hacia 822 en la localidad de Ingleheim am Rhein, cerca de Maguncia era, según la leyenda, hija de un monje, Gerbert, y desde pequeña mostró gran interés por la ciencia, estudió algo de medicina, Inteligente sabía que en la sociedad de su tiempo tenía poco que hacer y precoz, enamorada de un monje lo sigue visitando en el convento pasando como un monje más. Vemos así a Juana vestida de varón, entrar en religión en la abadía benedictina de Fulda, en la que fue conocida como “Juan el médico”.
La legendaria Juana de Ingelheim, que habría nacido hacia 822 en la localidad de Ingleheim am Rhein, cerca de Maguncia era, según la leyenda, hija de un monje, Gerbert, y desde pequeña mostró gran interés por la ciencia, estudió algo de medicina, Inteligente sabía que en la sociedad de su tiempo tenía poco que hacer y precoz, enamorada de un monje lo sigue visitando en el convento pasando como un monje más. Vemos así a Juana vestida de varón, entrar en religión en la abadía benedictina de Fulda, en la que fue conocida como “Juan el médico”.
Como monje pudo profundizar en la ciencia médica que ya algo conocía, consultar las mejores bibliotecas de la época y recorrer el mundo –acompañando al fraile que era su amor desde la adolescencia, todavía en secreto, y habría llegado hasta Constantinopla, donde habría conocido a la Emperatriz Teodora. Todo ello le ayudó a su carrera eclesiástica, que la había llevado hasta Roma.
El caso es que, una vez llegada a Roma, su fama de médico llegó hasta el mismo Papa Sergio II, que la (le) llamó su médico personal y al cual Juana habría curado de la gota. Grande sería la fama de dicho galeno cuando, a la muerte del Pontífice, en vez de ser sucedido por el benedictino León IV, como realmente ocurrió, habría sido sucedido por otro “benedictino”, esto es por la (el) Juan, bajo el nombre de Juan VIII.
Según la tradición quedó embarazada del embajador Lamberto de Sajonia –su nuevo amor para nada platónico-durante su breve pontificado y fue a dar a luz durante una procesión por las calles de Roma, entre San Pedro y la basílica Lateranense. Un largo camino, por lo que no es de extrañar que la buena señora rompiese aguas y comenzó a parir. Ante el engaño -obispos, clero, pueblo, llevados por una ira nada cristiana, la lapidaron a ella y su progenie, luego de arrastrarla hasta un campo cercano. Otra versión más plausible es que la asistieron un pequeño grupo de sacerdotes y diáconos, hasta un lugar interior de una iglesia, salvaron al hijo, que llegó a ser Obispo en Ostia y se juramentaron a poner un “manto del olvido y borrarla lo mejor posible de la Historia, cosa que casi logran, si no fuera por el “boca a boca” e indicios en ciertos documentos. No en todos, ya que la documentación en el Vaticano, en su mayor parte es Secreto de Estado, aún hoy en día.
Ya desde el siglo IX se conocía el pontificado de Juana y aceptado como verdad histórica que después en el siglo XVII, en ambiente de contrarreforma, hubo que silenciar por los ataques que producía tal rumor para la Iglesia, pese a ello se han salvado más de 500 documentos que hablaban de la papisa.
La Papisa Juana, aparece pintada en la catedral de Siena, nombrada en muchos escritos e incluso el “hereje” Juan Hus, en el siglo XV, se refiere a ella en sus ataques a la Iglesia sin que nadie le contradijera. La iglesia de Roma nunca trató de esconder su existencia e incluso se la nombró en el “Liber Pontificalis". Durante mucho tiempo se ha creído que fue por ella surgió la costumbre, hoy desaparecida, de controlar que el recién elegido para Papa fuera un varón, lo cual se apoyaba en la existencia de la “silla perforada”. Hoy, para entrar al seminario basta un informe médico, donde además de certificar la masculinidad, se debe de anotar que el postulante está libre de “anomalías”, etc.
El único ejemplar del “Liber Pontificalis” que hace referencia a Juana se conserva en la Biblioteca Vaticana (se trata de una nota a pie de página, del siglo XIV).
El gran historiador oratoriano Cesare Baronio, discípulo de San Felipe Neri y padre de la historiografía eclesiástica moderna, afirma en referencia a Juan VIII (872-882) y su debilidad en las relaciones con el Patriarca Focio, luego excomulgado que llama en tres ocasiones al Papa de modo irónico “el viril”, probablemente porque tenía fama de lo contrario.
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